Releyendo mis entradas antiguas, de hace más o menos un año me doy cuenta de lo bien que escribía, de los temas que tocaba. Esto ha degenerado en algún tipo de diario adolescente despreocupado. ¿He caído al final en la normalidad? Ugh...
Antes era un proscrito del silencio, un vagabundo de la penumbra... ¿y ahora? Una colegiala tímida. Creo ya saber porqué perdí mi inspiración, y es realmente que nunca me abandonó. Siempre estuvo conmigo, latente. Simplemente, no necesitaba que saliese a defenderme, a consolarme, a abrazarme de los múltiples entrecruzados pensamientos que atormentaban mi ser. En conclusión: Sufría... sufría por no tener familia y estar en la más oscuridad de la supervivencia en soledad . Sufría por los amigos que no me consideraban una amistad o que nunca llegaron a demotrármelo. Sólo conocidos con cierta confianza. Sufría de amor. No de amor no correspondido, sino de amor inexistente, de amor indiferente. El mismo amor que huyó hace años de mi vida dejando un vació de pesadillas y tinieblas en mi corazón, marchitándolo, como la flor que muere poco a poco ahogándose en un vaso de agua que no se renueva.
¿A donde huía? ¿A quién abrazaba? ¿A qué gritaba? ¿Cómo me consolaba? Palabras. Esa es la respuesta a todas esas preguntas. Leía, escribía. Buceaba en los párrafos, jugaba con las metáforas, me sumergía en los sueños y salía al mundo real, hidratado otra vez de esa energía que sólo Ellas pueden aportar, transmitir, regalar.
¿Ahora? Bueno... supongo mi ingenio se hartó y decidió superar todos los obstáculos. Me fortalecí. Ahora sé quien es mi familia, sé quienes son mis amigos y he plantado la flor de mi corazón en la tierra de los sueños. Lugar donde una parte de mí todavía vive, mezclándose con la gris realidad para darle una gama de matices sólo visibles para aquellos que ya la han visto antes. Ya no necesito las palabras como antes, como medicina. Pero no puedo permitir prostituirlas como estas últimas entradas. Arte, placer, alma. Usaré esa armonía.
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