martes, 6 de septiembre de 2011

C'est fini.

Pasaron tres meses. Víctimas de la guerra, que resucitaban del olvido. Fue muy duro el camino de regreso, fueron muy agónicos los últimos instantes. Incertidumbre, miedo y terror, nervios e impaciencia. Sudores fríos que helaban los corazones de los valientes, estómagos que derrumbaban a los más resistentes, pero todos volvíamos. Lo necesitábamos, volver a casa, acabar, dar carpetazo a esta maldita contienda que se habría cobrado nuestra alma.

Fue entonces cuando recibimos la recompensa por el castigo infligido, y todos allí nos reencontramos con nuestra meta, donde los sudores desparecían y los estómagos se calmaban. Allí era donde los ojos brillaban con más fuerza que el sol, donde las sonrisas y abrazos de la victoria cobraban un ansiado protagonismo, que ni el lado más doloroso de todo podía tumbar. Pues no todos lo habíamos conseguidos. Allí también había algunos que buscaban a sus combatientes, que no llegaron. Llorando, de impotencia y melancolía, se tiraban al suelo derrotados. No podía evitar mirarlos con pena, agradeciendo a los cuatro vientos no compartir su aciago destino. A mí ahora me aguardan otras batallas, pero sobretodo, la gloria de los supervivientes, que ni es gloria ni victoria, sólo ganas de vivir y seguir adelante. Una mirada de tristeza por los que no han podido tener un futuro, y una de esperanza por aquellos a los que la vida no les ha derrocado aun.

Fin